Después de la muerte de Martín Zalacaín, Catalina de Ohando, esposa de Zalacaín, y su hijo Miguel Zalacaín, deciden ir a vivir con Ignacia y Bautista a Zaro, un pueblecito cerca de Urbía.
Carlos Ohando, no estando satisfecho aún con la muerte de Zalacaín, decide ir de nuevo en busca de la hermana de Martín, Ignacia.
Carlos sabía donde residían ellos y se presentó en la casa, al ver que sólo estaba Ignacia en el alojamiento debido a que Bautista había ido al pueblo junto con el pequeño Miguel y Catalina a hacer la compra, el menor de los Ohando decide entrar.
Se encuentra a su antigua novia en la sala de estar cosiendo, cierra la puerta cuidadosamente y con una voz intrigante le dijo que si le había echado de menos, ella asustada se quedó pálida y sin comentarios.
Carlos vió un palo que sujetaba la puerta de la salita, lo coge y agrede a Ignacia, la maltrata psicológicamente e incluso la viola.
Ohando, ya satisfecho decide marcharse mientras Ignacia está en el suelo sin conocimiento.
Al rato cuando llega Bautista con su mujer y el pequeño Miguel, encuentran a Ignacia en el suelo, ya consciente.
-¿Qué te ha pasado? - le preguntó Bautista inquisitivamente.
Ignacia le cuenta lo ocurrido.
Bautista absorto de lo que había oído, le dijo que se fuera a la cama, que mañana sería otro día.
A la mañana siguiente cuando Ignacia despierta, Bautista ya no estaba en su cuarto, en cambio Catalina sí.
Catalina también se despertó y las dos estaban muy preocupadas porque ninguna sabía nada de Bautista desde la noche anterior.
Al atardecer, reciben una carta que decía así:
Carlos Ohando les informa tanto a Catalina Ohando como a Ignacia de Zalacaín que su querido Bautista ha corrido, hace unas horas, la misma suerte que su amigo, compañero y cuñado Martín de Zalacaín.
Las dos nobles mujeres al oír esto, rompieron a llorar.
Al cabo de unos días deciden abandonar la casa e irse a vivir a una residencia en Logroño, tomaron esta decisión debido a que se sentían desprotegidas ante lo que pudiera hacer Carlos.
Con el paso del tiempo se fueron borrando los recuerdos de una infancia atroz.
Miguel fue creciendo entre los hábitos marrones de las monjas y ganándose el cariño de ellas, convirtiéndose en un muchacho audaz, inteligente y trabajador.
Su madre, vio cómo Miguel se convertía en un muchacho con un futuro prometedor gracias a unas monjas generosas y cariñosas.
En una mañana cálida del mes de mayo, a las puertas de la residencia llegaban noticias que cambiarían para siempre el futuro de Miguel, de su madre y de la tía de este último, "La Ignacia".
Un oficial de notaría de la localidad de Vitoria, hacía entrega de una citación a la Madre de Miguel para el lunes de la siguiente semana.
El día de dicha cita, Catalina Ohando llega a la ciudad.
Llegó a la notaría dónde se encontraba un hombre que le acompañó a la sala de estar dónde le contaría el motivo de haber sido citada.
Le dijo que para empezar, su hermano Carlos de Ohando había muerto según se rumoreaba seguramente por alguna cuenta pendiente de las muchas que dejó a lo largo de su vida.
Acto seguido le acompañó a un enorme despacho dónde el notario, les invitó a tomar asiento y seguidamente informarles de que en ausencia de testamento de su hermano Carlos Ohando y cómo única heredera legal todas las propiedades y bienes de la familia Ohando pasaban a ser de su propiedad.
El destino quiso que 500 años más tarde la misma familia que había desposeído de todos sus bienes a los López Zalacaín, fueran los que devolviesen a éstos el esplendor de antaño.
FÍN.
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