domingo, 2 de marzo de 2014

Continuación de Zalacaín el aventurero.

 Han pasado varios días de la muerte de Martín, la Ignacia, su hermana, casi ni come ni habla. Mientras que Bautista la intentaba animar contando sus aventuras, o llevándola a dar un paseo por Zaro. Ella no mejoraba y Bautista estaba muy preocupado. Un día, estaba tan preocupado, que llamó al médico de la zona.

-Bueno, quién se encuentra malo en esta casa- Dijo el médico con su voz ronca.

-Mi mujer, la pobre, no come ni habla desde que murió su hermano, Martín- Contestó llevando al médico a la habitación donde estaba encerrada la Ignacia.

-Buenos días, señorita, ¿ Cómo se encuentra usted?- Le preguntó amablemente el médico.

-Mal- Fueron las palabras de la Ignacia.

-Cariño, este señor es un médico que viene a curarte- Mencionó Bautista.

-Claro, por favor, llamarme Pedro- Mientras decía esto sacaba sus instrumentos de médico.

-Por favor, iros de aquí, que quiero estar sola- Dijo mientras se echaba al lado de la cama contrario a Bautista y Pedro.

-Venga, no seas así con el invitado- Decía esto mientras intentaba que la Ignacia se pusiera de pie.

- Perdone, Bautista, pero tendrá que irse. Ya que lo que voy a hacer no puedes estar presente- Dijo mientras sacaba a Bautista.


  Las minutos pasaban y de dentro de la habitación no salía ningún ruido. Bautista no podía con tanta presión así que salió a dar un paseo.

  Justamente cuando salía por la puerta se encontró a su vecino. Este era un apuesto joven de unos 23 años aproximadamente, alto y moreno. Tenía el pelo muy largo, incluso le llegaba hasta las piernas. Siempre llevaba puesto la ropa que le dio su abuelo, porque decía que le daba suerte. El joven se llamaba Juan.

-Buenos días- Dijo Juan alegremente

-Buenos días- Contestó Bautista totalmente entristecido.

-Bautista,  por qué estas tan triste hoy?- Le preguntó interesado.

-Bueno, mi mujer, ha empeorado y he tenido que llamar al médico- Le contestó animándose.

-Mentira, aquí no hay médico alguno, solo hay uno en la ciudad más cercana, que no me acuerdo del nombre. Y jamás ha venido por aquí- Dijo esto con total seguridad.

-Si, el me ha dicho que es médico. Es un chaval muy joven, incluso más que tú, fuerte, delgado y un poco alto. Pues ahora que lo dices, los médicos suelen ser más mayor- Mencionó preocupado.

-Ese chaval que mencionas, ¿ tenía alguna característica fuera de lo común? es decir, que si cojeaba, tenía una cicatriz, un dedo menos...

-Sí, le faltaba un trozo de la mano izquierda y medio cojeaba de la pierna derecha.

-Pues sí, ya se quién es- Dijo mientras pensaba un poco- se llama Pedro y le conocen como ''cinco dedos largos'', es decir ladrón.

-Entonces, ¿ He dejado a mi mujer con un ladrón? Ambos solos con mi hija recién nacida...- No le dio tiempo a terminar la frase, cuando estaba dentro de su casa con su amigo detrás.

 Cariño, cariño. Decía Bautista sin ninguna respuesta. Su miedo aumentada en cada momento. Entró en su habitación. Allí la vio. Amordazada en la cama, medio desnuda. Casi se ahogó de tanto sollozos. Pudo ver al ladrón intentando salir de la casa por la ventana, que daba a su huerta. Juan y Bautista salieron detrás de él.

Aunque era cojo de una pierna, corría mucho. Bautista tenía varios naranjos crecidos y el cojo aprovechó esto para meterse por ahí y poder escaparse. Se subió al árbol más poblado de hojas que vio. Aguantó varias horas allí arriba, con varias joyas en sus bolsillos. Cuando creyó que todo estaba despejado, bajó. Al bajar se dio con una rama en la cabeza, quedando inconsciente durante varias horas.

Tuvo mucha suerte, donde se escondió era el final de la gran huerta de Bautista, así que cuando despertó, todavía estaba allí. Pudo escapar, aunque estaba muy mareado. Mientras, Bautista intentaba consolar a su mujer, pobrecita. Solo han pasado dos semanas de la muerte de su hermano y la han violado. Ella ya no podía comer por ella misma, ni beber.


Bautista, intentó buscar al ladrón por todo el pueblo, no pudo encontrarlo.


Era casi el aniversario de la muerte de Martín, quedaban cinco días para esto. Había pasado mucho tiempo desde la violación de su hermana, pero él no dejaba de buscarle. Bautista salió para despejarse, cuando de repente vio al ladrón. Este pensó en seguirle. Observó que vivía en una especie de cueva. Era perfecto para su venganza.


 Llamó a varios amigo y, todos con sus fusiles, entraron en aquella cueva disparando a todo ser viviente. Ese agujero era aún más peligroso que la guerra. Los disparos eran continuos y no cesaban, cuando no disparaban tiraban de todo, explosivos, piedras... Los amigos de Bautista cayeron poco a poco  hasta que solo quedaba Juan y Bautista. Bautista tuvo uno idea. Aguantaría el masivo ataque y cuando recargaran, se pondría los explosivos en el pecho y mataría a toda la escoria del pueblo. Moriría el héroe y ladrones. Bautista se retiró un poco cuando estaba lo suficientemente lejos sonó una gran explosión.


Él pudo salir, pero su amigo no.

Ya era el aniversario de la muerte de Martín, la Ignacia no había probado comida desde algunos días, y con una herida, cayó al suelo, muy mala. No podía hacer nada, no tenía fuerza. Murió el mismo día que su hermano. Bautista no sabía que pensar, había muerto su mejor amigo, su vecino y su mujer. Solo le quedaba sus tierras.

Cuando iba camino a su casa, vio humo. Él pensó que era en su casa, y para no verla, se suicidó, no pudo aguantar tanto dolor, en tan poco tiempo. Su casa estaba intacta, sus tierras más crecidas que nunca, y el humo, era la cueva que salía el gran humo de la victoria de Juan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario