domingo, 2 de marzo de 2014
Continuación de Zalacaín el aventurero
CONTINUACIÓN DEL LIBRO
"Zalacaín el aventurero":
Al día siguiente de la muerte del héroe llamado Martín Zalacaín, todo el pueblo de Urbía estaba muy deprimido. Las calles estaban desiertas, las ventanas de las casas estaban cerradas, las personas que estaban en las tabernas no hablaban de nada,...
El día del entierro, toda la gente se congregaba para presenciar como metían en el ataúd a Martín Zalacaíny como lo enterraban bajo tierra en el cementerio local de Urbía. Allí estaban Catalina, que se había quedado sin marido, Bautista, que no volvería a ver a su mejor amigo y a su cuñado, también estaba su amigo el extranjero que se limitaba a mirar al suelo sin decir ni una sola palabra, y su hijo que lloraba porque no vería más a su querido padre. Rosita había hecho un esfuerzo para ir a Urbía desde Logroño y Linda que también había ido a rendirle un homenaje al querido Martín Zalacaín.
El féretro estaba rodeado de flores que la gente había comprado para ponérselas al lado de su cuerpo en señal de respeto y de homenaje.
Durante toda la ceremonia, la gente estaba callada mientras escuchaban al sacerdote diciendo las palabras adecuadas para un entierro hasta que pidió que si alguien quería dedicarle unas bonitas palabras al recién fallecido. En aquel momento se levantó Bautista Urbide y dijo que él si quería decir algunas palabras. Las cosas que dijo ese hombre fueron fantásticas, la gente lloraba, se emocionaba, alucinaban,... Cuando terminó el discurso, que duró más de media hora, toda la gente se levantó, algunos secándose las lágrimas y todos empezaron a tocar las palmas. Catalina lloraba más que nunca, Ignacia intentaba calmarla diciéndole que a todo el mundo le llegaría su hora y que la hora de su marido había llegado ya.
El entierro terminó, la gente se fue comentando lo que había ocurrido, sobretodo las palabra citadas por el cuñado de Martín Zalacaín. Bautista e Ignacia acompañaron a Catalina y a José Miguel a su casa. Los cuatro merendaron y Bautista e Ignacia se tuvieron que ir porque era tarde.
Al día siguiente el pueblo volvió a la vida. Los niños jugaban al fútbol en las calles, la gente de las tabernas hablaban a voces y en las ventanas de las casas se veían flores y macetas.
Había alguien que aún no estaba conforme. Esa persona era Bautista Urbide, el cuñado de Martín Zalacaín. Le extrañaba bastante que no le hubieran hecho la autopsia ni ningún tipo de verificación. Los médicos decían que había sido por la edad y por todo lo que le había ocurrido en el pasado, aunque Bautista no creía que esas eran las causas de la muerte de su cuñado y amigo, el héroe Martín Zalacaín.
Bautista le contó a Catalina lo que pensaba y ésta también estaba de acuerdo, por lo que Bautista fue a pedir que le hicieran la autopsia a Martín Zalacaín. El médico accedió a hacerle la autopsia a Martín Zalacaín. En dos semanas le darían los resultados a Bautista y a la familia de Matín.
Casi a las tres semanas de que le hubieran hecho la autopsia llegaron los resultados. Bautista abrió el sobre y cuando leyó el documento, se quedó tan perplejo que parecía una piedra, como un cuerpo sin vida. ¡Martín había sido asesinado! No solo eso sino que había sido envenenado. Los que estaban presentes se preguntaban que por qué y quién había sido el que había asesinado a Martín Zalacaín.
Un mes después de buscar pistas y de indagar, encontraron que Carlos Ohando trabajaba con mercurio, que era el veneno con el que había matado a Martín Zalacaín. La policía buscó y encontró a Carlos Ohando. Al final se había hecho justicia. El cuerpo de el héroe Martín Zalacaín podía descansar en paz.
Un año después, hicieron una escultura de Martín Zalacaín en honor hacía su persona.
FIN
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