domingo, 2 de marzo de 2014
Continuación del libro, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
Henry Jekyll se echó a dormir sabiendo que en un par de horas sería Edward Hyde de nuevo, deseaba no volver a despertarse.
En la cama no paraba de darle vueltas a la cabeza pensando en qué pasaría al día siguiente, día en el que la ley debía atrapar a Mr. Hyde y matarlo por haber matado a un niño enfermo a base de palos y golpes. Por más que lo intentaba no conseguía conciliar el sueño. Pensó en hacer algo para que Hyde no acabara muerto, pero no se le ocurría nada hasta que se le vino a la cabeza algo: escapar. Su idea consistía en coger una maleta con lo preciso, un carruaje y escapar lo más lejos posible sin dejar huella.
Dio un salto de la cama, se dirigió hacia la mesa dónde tenía encima su maleta marrón, y la lleno de algunas mudas. En el espacio que quedó metió todo el dinero que cupo, y cuando iba a completar su equipaje llamaron a la puerta.
Corrió a mirar por la mirilla quién era. Se trataba de un policía registrando las casas en busca de Mr. Hyde. Jekyll estaba seguro de que no tenía nada en su casa que pudiera ser usado en su contra, y que no se volvería a transformar en Hyde hasta dentro de una hora. Así que, abrió la puerta y vio al policía.
Era un hombre bajo pero robusto, moreno, ojos verdes, nariz pequeña y con una boca muy grande. Parecía que tenía un poco de miedo por la misión que se le había encargado, pero se le notaba que era un hombre honrado y valiente y que cumpliría su trabajo sin quejarse. Dio un paso al frente.
- Soy el agente Robles. Necesito registrar su casa por el horrible incidente de ayer, disculpe las molestias si usted no tiene nada que ver, pero es mi deber hacerlo - dijo el policía pasando dentro -.
- Sí, claro, claro, lo entiendo - balbuceó Henry intentando casi ni mirarle -.
Subió a la planta de arriba, mientras Jekyll quedó abajo rellenando su maleta. El policía bajó y echó un vistazo por la planta baja. Antes de irse, espetó:
- Buenas noches, muchas gracias señor.
- Un placer - respondió cerrando la puerta -.
Cogió la maleta, salió a la calle y montó en el primer carruaje que pudo. Le dijo que cabalgara hasta el amanecer, en el sentido que quisiera, pero a un paso rápido y lejos de allí. Durmió todo el viaje, le despertó la luz del sol y el conductor gritándole que ya había amanecido. Se sorprendió al ver que Hyde todavía no había aparecido, seguía siendo Jekyll. Esto se debe a que el tiempo del brebaje no se consume mientras duerme, sino que solo hace efecto mientras está despierto. Así que si cuando se acostó le quedaba una media hora, todavía le quedaba lo mismo.
Se bajó del carruaje, pagó a su transportista y echó a correr hacia dentro de la ciudad al menos para saber dónde estaba. Era un pueblo pequeño, sin ni siquiera nombre. Llegó a un pequeño hostal, pagó su hospedaje y se encerró en una habitación. Calculaba que le quedaban segundos para volver a ser Hyde. De repente, se levantó y se puso frente al espejo.
Empezaron a deformarse sus piernas, sus brazos, incluso sus ojos tenían un color distinto cada uno. Se tiró al suelo de rodillas, se estaba volviendo loco. En su cuerpo se había formado un caos tremendo, las células de Hyde y Jekyll se estaban mezclando y su cuerpo no sabía reaccionar. Se dirigió al bañó, cogió la cuchilla de afeitar de un antiguo huésped y se cortó las venas. Allí quedo sin vida el cuerpo desfigurado de Edward Hyde y Henry Jekyll.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario