Tras la muerte del Cid, doña Elvira y doña Sol cayeron en una pequeña depresión que se solucionaba a base de llantos y lamentos, el mayor consuelo que tenían eran sus maridos, que las intentaban tranquilizar. Un día, ellas se cambiaron de vestimentas y dejaron de llorar, pensaron que lamentarse no cambiaría nada, sino que empeorarían. Vieron que el castillo estaba muy entristecido, no escuchaban las voces de sus criados desde hacía meses y aún menos una risa. Decidieron cambiar de actitud. Empezaron a salir de su habitación y comenzaron a devolver todo el cariño a sus esposos, que las habían cuidados con mucho amor. Hicieron una fiesta para volver a las risas de antaño, pero ellas seguían desganadas aunque aunque se fueron animando poco a poco. A los pocos meses de esto, doña Elvira y doña Sol fueron a visitar doña Jimena, su madre. Cuando fueron se la encontraron en la cama, llena de sangre, con un puñal clavado en el pecho. Las hijas del Cid fueron corriendo donde estaba, la movieron, la agitaron, le chillaron. Nada, no respondía, estaba muerta.
Al rato de esto, entraron sus maridos por la puerta con la espada en mano, creyendo que les habían echo algo, cuando vieron a la mujer del Cid en la cama, se santiguaron, don Fernando acompañó a las mujeres al salón para que no vieran el cadáver, se veía que estaba violado y torturado. Los dos príncipes buscaron pruebas de algo, cuando movieron un poco el cuerpo vieron una nota, en la que ponía:
-El Cid nos humilló, después sus soldados nos atacaron y ahora, os iremos matando uno por uno hasta que solo queden sus hijas...
Cuando leyeron ésto se quedaron de piedra, no podían seguir leyendo nada más, ya que la sangre lo había borrado. Como dos truenos, los príncipes salieron de la casa, cogieron a doña Elvira y a doña Sol, las montaron en su carruaje y volaron de allí. Doña sol dijo:
-¿Por qué nos llevais de vuelta al castillo sin antes enterrar a nuestra madre?- Dijo sollozando- ¿por qué sois tan crueles?.
Don Fernando la miró y contesto:
-Alguien intenta matar a toda vuestra familia y después os harán algo muy malo, no lo pudimos leer bien- Le dijo asustado- Pero cariño, no te preocupes que no pasará nada.
Al decir esto, las dos hijas del Cid se quedaron de piedra, nunca habían oído una locura semejante.
Era una noche tranquila cuando los príncipes llamaron a toda la familia del Cid, se reunieron en Castilla, de allí era uno de los príncipes. Les contó lo que habían leído:
-Alguien quiere matar a toda la familia del Cid, así que no confiéis en nadie y andar con cautela. Al oír esto todos se miraron y empezaron a gritar o a correr, hasta que se calmaron. Al ser de noche todos se quedaron en el castillo, y decidieron dormir todos juntos.
Fuera solo se oía el viento chocando contra los cristales, hasta que de pronto sonó un grito, todos salieron corriendo a donde provenía, no vieron nada, hasta que de pronto vieron que la armadura que está de adorno sangraba, le quitaron el casco y allí lo vieron, un criado, no era de la familia. La noche se ponía tensa. Don Fernando se vistió de criado. Empezó a sonar ruidos en todo el castillo, toda la familia del Cid estaba en la sala principal siendo protegidos por el marido de doña Elvira. Don Fernando andaba con cuidado por los continuos ruidos. Cuando entró en la cocina y abrió la cazuela para ver la comida, observó una cabeza flotando en el guiso. Don Fernando se retiró y empezó a mirar por todos lados, salió corriendo de la cocina. Cuando estaba más tranquilo subió al segundo piso, encendió un candil, vio una figura a lo lejos corriendo hacia él, sacó la espada pero no le hizo nada ya que era otro criado, se puso en los brazos del príncipe y le dijo:
-Huye de aquí, he visto...- Y antes de que terminase de hablar una flecha le impactó en el pecho, muriendo en el acto.
Don Fernando no aguantaba más y empezó a gritar de que aparecieran. Pero, cuando menos se lo esperaba vio a lo lejos un hombre con una espada brillante bañada en sangre, era Tizona, una espada del Cid, cuando miró para atrás observó a otra persona con otra espada del Cid, que también chorreaba sangre, era Colada. Ambos corrieron para el supuesto criado que, en un movimiento de mano, salió una lluvia de flechas hacia las dos sombras. El príncipe se acercó, eran los infantes de Carrión pidiendo clemencia, don Fernando, sonriendo, les quitó ambas espadas y haciendo el que se retira, dio una vuelta y decapitó a los dos asesinos.
Todos sorprendidos por esos dos bastaros, hicieron una fiesta por la muerte de los dos deshonrados, hasta que de pronto, una flecha llameante salió de la nada impactando en la rodilla del joven príncipe. Había un hombre más allí. No se tardó mucho tiempo en encontrar quien lo había echo. Lo vieron encendiendo una flecha, éste estaba tumbado, concentrado en lo que hacía, miró hacia arriba. Vio a los infantes de Carrión decapitados, en el pecho de ambos ponía, MUERTE, se dio la vuelta y, sin darse cuenta, tenía una espada clavada en la garganta, y de pronto, otra espada se le clavó en el cuello, haciendo una muerte rápida, y dolorosa, cuando llegaron las personas hacia el cadáver, todos dijeron lo mismo: Ese era el conde García Ordoñez, que odiaba al Cid con toda su alma.
Pasaban los dias y siguieron igual, hasta que un día, alguien vio los tres cadáveres colgados en el techo del castillo.
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