Habían pasado
unos días desde la muerte de Don Diego y su esposa, Doña Juana cuándo un día
que me encontraba paseando por los jardines de la corte vi venir corriendo a
Maribárbola. Corría muy deprisa, y su cara estaba roja como un tomate. Me
llamaba a gritos desde lejos.
-
¡Nicolasillo, Nicolasillo! -
exclamaba todo lo fuerte que podía.
-
¡Aquí estoy! – grité yo desde el
fondo del jardín.
No podía
imaginar que habría pasado para que viniera tan alterada. Cuando llegó hasta
dónde yo estaba tuvo que esperar un buen rato para hablar hasta que recuperó el
aliento.
-
Nicolás – dijo al fin – han venido a
buscarte.
-
Mujer, habla más tranquila y cuéntame
que ha pasado. ¿Quién ha venido a buscarme y por qué estás tan nerviosa?
-
Ni te lo imaginas, Nicolasillo. Era
un hombre que yo no había visto nunca, el hombre más tenebroso que he visto
nunca, parecía un monstruo. Su cuero y su cara parecían deformes y daba mucho
miedo.
Un escalofrío recorrió
mi espalda. Me acordé del criado de Nerval, aquel hombre que había conocido el
día que Don Diego me mandó a la casa de Nerval. No había sabido nada del
“lúgubre” desde el día que me lo crucé en casa de Don Diego cuando me estaba
pintando en el cuadro, y me repitió las palabras de siempre: “entrasteis el
último en el cuadro y el último saldréis”.
-
¿Y qué quería ese hombre? – pregunté
a Maribárbola nervioso.
-
Ha preguntado por ti, y ha insistido
mucho en verte. Le he dicho varias veces que no estabas, ya que me ha dado
mucho miedo. Entonces me ha dicho muy enfadado que te esperará esta noche a las
10 en la esquina de la Plaza Mayor para llevarte por orden de su señor.
-
¿Para qué me querrá? – me pregunté en
voz alta.
-
No lo sé, pero yo no iría – me dijo
Maribárbola.
-
¿Por qué?
-
Ese hombre da mucho miedo. Yo no soy
ninguna cobarde, pero no me fio de él.
Me quedé
pensativo y volví a mis aposentos. No tenía ni idea de porqué Nerval querría
verme. Siempre se había portado amablemente conmigo, pero es verdad que tenía
muy mala fama. Además, gracias a mí se había roto el hechizo que tenía sobre
Don Diego, y yo no sabía si él se habría enterado.
No tenía ni idea
de lo que pasaría, pero yo no era ya un niño y no tenía miedo, así que decidí
ir.
Esa noche, justo
en el momento en que iba a salir, se cruzó en mi camino alguien que me
resultaba familiar.
-
¿Dónde vas, Nicolasillo?
-
- ¡Padrino! – exclamé- ¿Qué haces
aquí? ¿No estabas en Andalucía?
-
Si, si…he llegado esta mañana, y en
cuando llegué a palacio me encontré con Maribárbola, que me contó lo que había
pasado esta mañana. Tú no vas a ninguna parte. Aún eres muy joven, así que
mandaremos a un criado para que se entere de para que te quiere el siniestro
Nerval.
-
De acuerdo, padrino.
Así fue como
Acedo mandó a uno de sus mejores hombres al lugar de la cita. Al poco rato
volvió ensangrentado y nos contó que la cita había sido una emboscada, y que
por poco lo mata el criado de Nerval, pero que él era más fuerte y pudo pegarle
un puñetazo que lo tiró al suelo. Se dio en la cabeza con una piedra y se murió.
Esa fue la
última vez que Nerval intentó ponerse en contacto conmigo. No sé si fue él el
que mandó matarme, o fue cosa de su criado, ni nunca lo sabré. Años después me
enteré que Nerval había muerto de un disparo.
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